Resulta agradable comprobar como el corazón del mundo sigue latiendo. Esperanzador. Quizá no se corresponda con la realidad; pero en los últimos tiempos, percibo como un estado de catatonia generalizada se va apoderando de todo lo que me rodea. De todo lo que nos rodea a todos, en realidad. La resignación, la cotidianidad, se extienden como una nube fría y gris; vorágines de palabras y construcciones enrevesadas esconden verdades que no es conveniente pronunciar; difuminan la línea que separa lo cierto de lo falso. Combatir al poder opresor es más difícil hoy que ayer, puesto que reside en la conciencia de cada uno, en nuestro interior, carcomiendo la poca individualidad y amor propio que aún nos queda.Vivimos constantemente una vida prometida, un futuro que nunca llega; y así, los sueños mantienen ocupada nuestra mente, impidiéndonos pensar. Soñar en vez de pensar, esa parece ser la premisa de nuestros días. Construimos continuos proyectos para futuros perfectos, mientras el presente se pudre en nuestras manos.
A veces, sin embargo, saltan pequeñas chispas que insuflan vida a este corazón marchito. Chispas que nos recuerdan que vivimos aquí y ahora. Me refiero a los acontecimientos que recientemente han sacudido el Magreb. Todo este rollo existencial podrá parecer, a muchos, un rodeo demasiado largo para llegar hasta aquí; hasta algo que, a fin de cuentas, no deja de ser un levantamiento popular, como los ha habido otros. No obstante, para mí, un producto de la estable y ordenada "sociedad occidental" (decir "país rico" o "Estado del bienestar" me parece poco más que un chiste en estos momentos), ha sido, de alguna manera, inspirador. He podido ver la soberanía nacional con mis propios ojos. Alguna vez, en clase, ha surgido la pregunta de "¿qué es el poder?". Ahora lo sé. El poder no es una caja, o un papel, o una butaca en algún despacho elegante. El poder llena las calles, grita, llora, tira piedras y se lleva palos; sufre, muerde y pelea; pasa hambre y miedo, escupe y se encara, se ensucia y salta vallas. Pueden pararlo, ahogarlo, sofocarlo, obligarlo a esconderse. Pero no pueden matarlo, no pueden extinguirlo o acabar con él; porque es eterno, es inmortal.
Esta revolución que está viviendo el Magreb, concretamente, los últimos hechos acaecidos en Egipto; desde mi punto de vista, han hecho que el corazón del mundo vuelva a latir con fuerza, que bombee oxígeno por todo el organismo, y así, que una repentina lucidez invada a la ciudadanía. Por lo menos, yo sí que me considero más consciente hoy que ayer. Consciente del poder del que formo parte, y de las responsabilidades que ello conlleva. Consciente de que el cambio es necesario, y de que éste no tiene por qué significar derramamiento de sangre. Consciente de que nadie va a traerme la libertad a casa, envuelta en papel de regalo, si no salgo a buscarla. Consciente de que los sueños del futuro hay que hacerlos realidad en el presente. ¿Y ustedes? ¿Son conscientes?
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