Diciembre de 2010. Éste es el primer contacto que tengo con un blog. Crearlo no ha sido una decisión espontánea, una iluminación, sino más bien algo que ya llevaba rumiando bastante tiempo; aunque al final siempre lo posponía por alguna u otra razón.
Podría decirse que lo que me ha llevado a decidirme es, en parte, la situación que estamos viviendo en este momento. Hace tiempo que me siento una mera espectadora pasiva de lo que ocurre a mi alrededor. Quizá no sea más que una ilusa, pero yo aún pertenezco a ese pequeño pero incansable grupo de personas que creen que un solo individuo puede cambiar el mundo. Cavilando acerca de las últimas medidas del gobierno (concretamente ese plan de suprimir la ayuda de, ¿cuánto son, 420€? a los parados que ya han agotado su prestación por desempleo), una súbita ráfaga de rebeldía se ha apoderado de mí. ¿Cómo es posible que unos pocos puedan jugar así con el pan de los trabajadores de a pie? Ahora te lo doy, ahora te lo quito. Dicen algunos que para salir de la crisis son inevitables las medidas incómodas e impopulares. Personalmente, yo no tengo ningún problema con eso; si hay que apretarse el cinturón y arrimar el hombro para superar esto, se hace y punto. Lo que pasa es que la cosa cambia cuando te das cuenta que aquí los que nos apretamos el cinturón y arrimamos el hombro somos siempre los mismos. Verán ustedes, yo no soy ninguna catedrática de economía, y seguramente no tengo ni idea de cómo hay que dirigir un país; pero asumiendo la postura más inocente que puedo imaginar, pregunto: ¿por qué hemos de suprimir ese último clavo ardiendo al que se aferra aquel al que no le queda nada más, en vez de reducir (reducir, no suprimir) lo mucho que tienen algunos? Yo, que aún a veces cuento con los dedos, echo cuentas: por cada parado al que suprimo la ayuda ahorro 420€. Vale. Hasta ahí bien. Y ahora, por ejemplo, en el supuesto de que (siempre hipotéticamente) redujera a la mitad el sueldo de cada diputado de nuestro Parlamento, creo que me ahorraría una cifra cercana a (rezo para pasarme y no quedarme corta) los 3000€. Mmmm. Creo que las cifras hablan por sí solas.
Como ya he dicho, puede que esta servidora peque de ilusa o de inocente. Al fin y al cabo, no hace tanto yo era de las que preguntaban por qué si no hay dinero los bancos no hacen más. De la misma manera, puede que todo lo que he dicho hasta ahora no tenga ni pies ni cabeza. Pero, en ese caso, agradecería sobremanera que alguna de esas eminencias que han llevado (con todo su saber y experiencia) a este mundo al batiburrillo que es ahora, viniera y me explicara cómo salir de ésta. Me gustaría que me dijera a la cara que para vencer a esta crisis (cuyo responsable, por cierto, permanece en paradero desconocido) es absolutamente necesario bajar el nivel de vida de los trabajadores hasta límites rayanos en la pobreza. Que me dijera a la cara que tengo que echar mi último mendrugo de pan al saco común, mientras algunos se atiborran de langosta.
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