domingo, 19 de diciembre de 2010

La dolce vita

Italia no deja de sorprenderme. Es como un mundo aparte, donde lo que aparentemente no tiene sentido se transforma en simple cotidianidad. Como el País de las Maravillas, mágico, sorprendentemente absurdo. Dominado por la corrupción y el clientelismo, en el que los políticos son, ante todo, representantes de sí mismos. Y sin embargo, tiene ese incomprensible encanto que hace que los escándalos que aquí desatan mi indignación, allí me parezcan, por así decirlo, algo casi idiosincrásico.

Todo esto viene a colación de un artículo del Diario Vasco que he leído hoy. No tiene desperdicio, de verdad, os invito a todos a echarle un vistazo (Diario Vasco, 19 de Diciembre). Se llama "El arte de cambiar de chaqueta", y es una mina. Se me escapaban las lágrimas leyendo, de risa. A carcajada limpia. Y es que en España no sabemos hacer las cosas. Corrupción, maletines y bolsas de basura rebosando billetes. Cual viles mercenarios. Sin estilo. Además, tenemos un sentido de la moral muy arraigado, sobre todo en lo que toca al prójimo. Remedios vendo, que para mí no tengo. Así, un tránsfuga es todo un acontecimiento, un descastado que se vende. "¡Oh, qué vergüenza!", enseguida se nos llena la boca. En Italia es todo mucho más natural, como dice el artículo, los tránsfugas son typical italian! Partidos formados porque sus miembros (tres, el mínimo para cobrar los 1500€ mensuales) ese día llevaban la misma corbata, diputadas que alegan crisis de identidad para justificar sus cambios de partido... ¡Crisis de identidad! Esas cosas en este país no pasan... (casi lo digo con pena, hay que ver cómo son las cosas).

No sabría decir en qué reside la diferencia. El día en el que se votó la moción a Berlusconi, los parlamentarios llegaron a las manos. ¿Cuándo ha pasado eso en España? Que sí, que vale, que es una barbaridad y que los parlamentarios están para legislar y no para boxear, pero no sé… No puedo evitar pensar la política española tiene tan poca chicha que ni para pegarse sirve. Y es triste. Porque cuando crees en algo de verdad, cuando algo te importa, peleas por ello: “yo no podré echarte de la poltrona, pero hoy vas caliente a casa. Huy, que si vas. Por cabrón”. Y le das. Y luego te disculpas, como todo un señor parlamentario. Y el otro señor parlamentario, con el ojo a la funerala, o bien te las acepta o bien te manda al carajo (con todo el derecho del mundo, a ver si no va a poder quejarse el pobre hombre después de que ha recibido).

No sé. Creo que sólo busco algo que insufle un poco de vida a la política apática, desinflada de este país. Italia no es, ni por asomo, el ejemplo a seguir, por más que a veces piense que no nos vendría mal algún que otro italiano en el Parlamento. La política, aunque a todos se nos haya olvidado un poco, es un oficio de convicciones y principios, de honor, de grandes hombres y mujeres que velan por el bien común. ¿Pero de qué nos vamos a extrañar? Mientras se votaba la moción a Berlusconi, Roma ardía de nuevo con la ira de los manifestantes. ¿Alguien se acuerda de cuándo fue la última vez que ardió España? No vamos a escandalizarnos ahora. Cada cual tiene los representantes que merece; y sobre todo, aquellos que elige.

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